La rana cocida y la fuerza de la unión.

Un ejemplo clásico que algunos analistas utilizan para ilustrar como aquellas organizaciones que no detectan los pequeños aunque constantes cambios que experimentan ellas mismas y su entorno acaban por fracasar, pudiendo desaparecer cocidas en su propio inmovilismo y autocomplacencia, es el de la rana y el agua caliente.

Si usted arroja una rana viva a una cazuela con agua hirviendo, la rana se salvará, pues ante la sensación abrasadora del agua en ebullición, se impulsará sobre el agua en centésimas de segundo y saltará fuera de peligro.

Pero existe una variante del experimento. Meta la misma rana en la misma cazuela, sólo que esta vez llena de agua fría. La rana se sentirá cómoda en su elemento, y no saltará. Luego caliente paulatinamente el agua, y verá como la rana termina su vida cociéndose sin que apenas se entere. En el segundo experimento la rana no detecta los pequeños cambios paulatinos, sino que percibe una agradable tibieza que termina llevándole a la muerte, pues cuando quiere reaccionar ya es tarde, bien porque carece de fuerzas, bien porque no encuentra un punto de apoyo o simplemente porque carece ya de la voluntad de salvarse.”

Poco a poco, los tiempos van cambiando, las instalaciones de los clubes de fútbol se han ido modernizando, pero nuestras ya anticuadas taquillas han permanecido y durado: nadie nos las ha instalado de repente pero, de forma casi imperceptible, nos hemos quedado con unas taquillas que, a día de hoy, son más propias de un cine de barrio periférico de cualquier macrourbe del tercer mundo que de una entidad deportiva europea. Mientras en ese tiempo otros han ido instaurando las más novedosas modalidades de venta, en nuestro Betis las interminables colas siguen siendo el modo elegido, y casi sin que te des cuenta, llega un momento en que el único sitio en que haces cola es en el Betis.

Poco a poco, vas asumiendo que el interior del estadio esté cada vez más sucio, que cada vez haya más accesos cerrados y menos tornos operativos o que el gigantesco mástil nunca ondee la bandera del Betis. En esa tónica se hace cosa asumida que el estadio permanezca por siempre a la mitad, y que mientras se va plagando de goteras y sus servicios resultan cada día más inaceptables, la única “mejora” que se acomete es la eliminación de un pasillo para “bunkerizar” el palco. Llegados a este punto, muchos van admitiendo como cosa normal que los chavales de la cantera jueguen cada partido como local en un pueblo distinto de la provincia por que nuestra ciudad deportiva carece de los terrenos de juego y los vestuarios necesarios.

Nos fuimos tragando, como quien no quiere la cosa, el que nuestro club pasara a ser gestionado desde las oficinas de un entramado empresarial ajeno, en vez de desde su tradicional sede, lo que nos llevó a asumir que nuestro último trofeo oficial, pasara el año entero en un domicilio particular. En esta línea, ha ido cayendo “de suyo” que nuestra historia haya ido desapareciendo del día a día de la SAD, hasta ponerse sordina a los fastos del centenario, o que poco a poco, todos nuestro mitos y celebridades hayan ido sido separados de su ¿organigrama? ¿Iba a resultar llamativo, en este clima, que un encuentro de primer orden, con más de cuarenta mil béticos presentes, fuera presidido por una estatua de metal? Visto todo esto, han ido apareciéndonos como minucias que seamos prácticamente el único equipo de la LFP que no tiene autobús personalizado, que en Diversia nuestro stand estuviera abandonado, o que en las fechas más propia de compras y regalos nuestras tiendas oficiales estén completamente desabastecidas. Casi imperceptible ha ido resultando el anquilosamiento en la “paleoinformática” de la página web o la desaparición de la revista oficial.

Nos acostumbramos a ser sancionados semanalmente por la presencia de símbolos fascistas en nuestro estadio, mientras la más pequeña pancarta alusiva al factótum era retirada en segundos. Se nos ha ido colando el que la radio que debiera ser de los béticos se haya convertido en un aparato goebeliano de defensa de un individuo mientras se deja al Betis indefenso ante todas las instancias. Pasó incluso como cosa irrelevante para muchos, el que una Junta General de Accionistas fuera reventada con personajes violentos por la propia mayoría accionarial.

La mentira sistemática, el oscurantismo más opaco, las falsas promesas, los bulos, lo seudoproyectos a no cumplir y la más vergonzantes farsas se han ido haciendo consustanciales a nuestra SAD. Los malos modos con los propios béticos, y con cualquiera con quien se haya tenido algún tipo de relación, han llegado a hacer esperable que a un empleado se le deje de pagar la nómina o que un futbolista contractualmente vinculado al club ande en tierra de nadie costeándose intervenciones quirúrgicas. Se ha ido transformando, “piano piano”, el modelo de primer equipo, manteniendo en plantilla a exfutbolistas completamente amortizados, premiando la mediocridad con primas por “logros” indignos, incentivando lo peor de cada cual con aberrantes renovaciones a los más acabados y menos implicados o desautorizando a los técnicos en favor de la indisciplina de los fracasados. Y todo ello en un clima en el que nadie asume la responsabilidad de nada, nadie es destituido por nada, todos se esconden ante el fracaso que no cesa, y muy especialmente el responsable máximo, que ni siquiera se digna a asistir a los partidos. Un clima en el que nadie exige nada, nadie pone un listón mínimo, nadie da un puñetazo en la mesa ni recrimina conducta alguna por indigna que sea.

De este modo, cuando nos hemos querido dar cuenta, el Betis es justo lo contrario de lo que siempre fue. El ¡Viva el Betis manquepierda!, que tantos béticos seguimos empeñados en mantener vivo, ha desaparecido por completo de la SAD, guiada ahora por la máxima “vivan mis ingresos pase lo que pase con el Betis”. En lo que al equipo respecta, de aquel marcado por ese espíritu de lucha desde la humildad, de superación ante la adversidad, que hacía que incluso al ser derrotado, por su lucha y pundonor, pudiéramos decir: “este es mi Betis”, nada queda. El de hoy en día ha degenerado en algo absolutamente ajeno a su afición, caracterizado por la indolencia, la indiferencia y la apatía, que se apoca sin necesidad de adversario y se entrega inánime a la derrota sin el menor atisbo de orgullo, dignidad ni vergüenza. El “colectivo” que salta a la cancha, a lo largo de los últimos años, ha ido perfeccionando hasta el virtuosismo la habilidad de no castigarnos con simples derrotas, sino con verdaderas humillaciones al beticismo, a la camiseta verdiblanca, al escudo de las trece barras, y a los béticos que nos precedieron, en claro reflejo mimético de la podredumbre institucional en que se halla sumida nuestra SAD.

Esto parecería haber tocado fondo, como si no se pudiera arrastrar más bajo el nombre de nuestro Betis, el agua de la olla en que estamos inmersos no quema, achicharra. Achicharra al extremo de que estamos muy cerca ya de ese punto en que la reacción se hace imposible.
Sin embargo, por fin se ve algo de luz al final del túnel: hace ya tiempo unos béticos valientes, en defensa del Betis y de los béticos, recurrieron al legítimo amparo de la Justicia, y han perseverado en su batalla jurídica por sacar de nuestro Betis al mal que lo corroe; en ese procedimiento, los últimos autos dictados son cada vez más prometedores de una probable reestructuración de la distribución accionarial de nuestra SAD.

No obstante, una cosa hay que tener muy clara: por más que ello afloje el fuego que nos abrasa, por mucho que zamarree la cazuela dándonos un punto de apoyo, la rana, antes o después, tendrá que saltar por su vida. Ese salto va a requerir de músculo, mucho músculo. Y el músculo, en un colectivo, sólo se adquiere de un modo: organizándose, estructurándose, dotándose de foros reglados y lo más representativos posible de los que puedan salir decisiones colectivas que cada uno pueda asumir como propias y que sean dignas de la consideración de todos por su legitimidad. Lo que no podemos consentir es que, cuando se abra la puerta que posibilite el cambio, los béticos de a pie no tengamos la voz fuerte que la situación va a requerir, que el beticismo de base no tenga la fuerza suficiente para que nada ni nadie le pueda cerrar esa puerta.

Es por eso que me duele encontrarme una y otra vez con expresiones como: “de los únicos que me fío es de los de PNB, aunque no estoy asociado” ¿Y a qué estamos esperando? Lo que los voluntarios de Por Nuestro Betis han aportado al beticismo es ya de verdadera trascendencia histórica, pero ¿A qué no podría llegar con diez o doce mil asociados? ¿Qué legitimidad no tendrían las decisiones y propuestas de una asamblea de varios miles de béticos? ¿Que mediano accionista osaría a intentar pactos oscuros o extrañas alianzas con esa “potencia” enfrente?

Hay quienes piensan que PNB yerra en esto o en aquello. Por ejemplo, en estos momentos, en los que la sangre nos hierve especialmente en las venas, veo que muchos echan de menos que se implique más en la movilización y la protesta en la calle. Y digo yo, ¿Qué mejor solución que decirlo desde dentro, en su asamblea democrática?

Los que, por las razones que sea, se consideren totalmente incompatibles con PNB, bien pueden buscar otra vía, integrarse en algún otro colectivo, o sencillamente crearlo. Pero, a todas luces, hay algo evidente: en lo que toca a nosotros, los pequeños, los béticos normales y corrientes, sólo la unión puede hacer la fuerza. Y salir de esta agua que bulle, recuperar nuestro pulso, reinstaura nuestros valores, restablecer nuestra dignidad, reverdecer nuestro Betis de toda la vida va a requerir fuerza, muchísima fuerza.

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