Opinión

La situación cada vez más catastrófica a la que el Real Betis Balompié está siendo arrastrado por la SAD hoy al cargo de su gestión, y la enorme frustración y desconcierto en que ello tiene sumido al beticismo, hacen que con mucha frecuencia muchos béticos estemos cayendo en más amargo autodesprecio, culpando exclusivamente a la afición verdiblanca de la pesadilla que estamos viviendo. Ante eso quiero aportar ciertas ideas que creo significativas.

1. ¿CUÁL ES EL “HECHO DIFERENCIAL” BÉTICO?

Me temo que se ha vuelto un lugar común achacar al bético por el hecho de serlo, como cosa consustancial, características que en parte son universales y en parte endémicas de nuestra tierra, como la pasividad o escasa capacidad organizativa y reivindicativa. Pero yo no veo que en los movimientos vecinales, sindicales o políticos haya menor proporción de béticos que de aficionados de otros equipos. No creo que sea en absoluto la pasividad la peculiaridad del bético.

A mi juicio nuestra gran virtud es a la vez nuestro gran pecado, una fidelidad llevada al extremo. El Betis ha sido tan maltratado por la historia, tan repetida y fuertemente agredido por elementos externos, que como la antigua China imperial ante las hordas siberianas, se ha empeñado en la construcción de un blindaje exterior, nuestra particular “gran muralla verde”, en forma de filosofía del “manquepierda”: nos harán lo que nos hagan, pero no cejaremos. Ello requiere una nítida separación entre el “nosotros” y el “los otros”, una desconfianza marcada hacia el exterior y una entrega ciega a lo que se proponga desde dentro.

Eso ha permitido la supervivencia a travesías que habrían acabado con cualquier otro, pero lleva implícito un peligro mortal.

2. ¿TENEMOS LO QUE NOS MERECEMOS?

Siempre he estado de acuerdo con aquello de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, pero en un sentido muy genérico. Los pueblos cambian y se enfrentan a retos nunca vistos antes, hoy tienen un gobierno aceptable y mañana se derrumba. Las circunstancian influyen enormemente: ¿Tan meritorio es el pueblo sueco y tan punible el de Zimbabwe? Como en las vidas personales, a la larga el esfuerzo suele pagar, pero se producen accidentes que truncan esperanzas, circunstancias que hacen difícil lo que debería ser fácil.

¿Se puede culpar a los béticos de que al legislador se le ocurriera la genialidad de confiscar el patrimonio de los clubes para malvenderlo a prisa y corriendo en condiciones óptimas para especuladores y oportunistas? Auque haya una lógica obligación de vigilancia ¿Era verosímil que los aficionados intuyeran la trascendencia que iba a tener la debilidad de la última Directiva de designación democrática y su presidente, por el papel de control que en ella iba a jugar un oscuro vicepresidente económico? En todo aquello poco se le pede reprochar a la hinchada, lo reprobable no empezaría hasta más tarde, cuando los peores síntomas empezaron a dar la cara. Pero el tumor era ya enorme, la metástasis galopante, lo “fácil” se había tornado en labor titánica, ya no estábamos en Suecia sino en Zimbabwe.